Recuerdo el día que nací. No se por qué, pero lo recuerdo. Me vino una ráfaga hace poco de ese momento mientras cenaba y observaba la tele sin volumen. Flipé. Recuerdo que nací moviendo los bracitos y sin lágrima alguna. Estaba harta de estar ahí dentro. Entonces, la matrona, me entregó a los brazos de mamá. Ella me miró. No podía abrir los ojos pero imaginé que fue así. A los dos años nació mi hermano Jose (con acento en la “o” ). Según mamá no me hizo mucha gracia su llegada al mundo.  A los dos años uno debería ser aún hijo único. No estaba preparada para compartir a mamá y papá con un nuevo hermanito. Recuerdo a mi madre señalándome con un dedo diciéndome:  – ¡Qué sea la última vez que pegas a tu hermano!. Yo me cruzaba de brazos y decía,  – ha sido él :( .  Y si no colaba lo acompañaba diciendo:  – ¡era broma mamá!. El pobre no había hecho nada. El caso es, que poco a poco fui cogiéndole cariño. Entonces, me inventaba juegos como: “el esconditeforever”. Yo contaba. Él se escondía y nunca fui a buscarle. Hace poco le encontré bajo la cama … jajajajajaja

Después, nació Jaime. Entonces, éste nos desbancó a Jose y a mí dejándonos en muy mal lugar, porque ya no teníamos mucha gracia. Los tres hacíamos un buen equipo. Jugábamos a juegos de los de antes. Las chapas, con carreteras de arena y haciendo circuitos con curvas peligrosas y obstáculos. Está claro que contando estas cosas, tengo que hacer comparación con los juegos infantiles actuales. Los niños de ahora, contarán su infancia años más tarde y solo recordaran el deslizamiento de su dedo sobre la pantalla de un Smartphone. ¡Qué recuerdos!.

Hace varias semanas mi madre nos sorprendió a todos con una frase mientras «whatsappeábamos» a la vez en una comida familiar:

–¡Cómo me gustaría que fuérais pequeños ahora mismo!

– ¿Por qué?, contestó mi hermano.

– ¡Porque os daría una colleja a cada uno!.

Que razón tenía mamá. Así que ahora se le ha ocurrido una idea cojonuda. Cada vez que vamos a casa a comer nos obliga a depositar el móvil en un cofre de madera que ha puesto en la entradita de su casa. Si lo coges antes de acabar la comida nos pone una multa de 100 euros y sin poder reclamar. ¡Joder mi madre se las sabe todas!. Cualquiera coge el móvil. A ver en nochebuena, porque ella tiene claro que sus reyes van a ser las multas.

Y es que mi madre siempre nos sorprende con algo. Ella es así. Las pasadas Navidades nos regaló por reyes unos juguetes. No se si echaba de menos a sus hijos de la infancia o fue un indirecta porque en realidad quería nietos. No lo sé. El caso es que a mi nueva Barbie le acompañaba una tarjeta de felicitación que decía: “siento haber tirado vuestros juguetes y poder recompensaros con éstos nuevos”. Eso hizo. Tirar mis juguetes en una ventolera de limpieza que hizo  cuando yo tenía tan solo 14 años. Porque aún jugaba y no es coña. Quise alargar mi infancia lo máximo posible que «para ser mayor ya tendría tiempo» me decía mi abuela Isabel. Creo que ha sido el regalo más emotivo de mi vida, sin duda.

No es que se me haya olvidado hablar de papá. Él siempre estuvo ahí y podría contar millones de palabras que se inventa y que incluso a mí a veces me hace dudar. Habla poco pero cuando habla sube el pan dice mamá. ¡Es un crack!. Siempre me parto de la risa con alguna de las suyas. Cuando era pequeña, en mis deberes de historia recuerdo preguntar en voz alta: – ¿Dónde está el canal de la mancha? – ¡En el nueve!, respondió. En realidad él hacia referencia al mando de la tele. Se quedó tan ancho. Menos mal que me di cuenta rápidamente de que no era esa la respuesta correcta. Siempre fue muy seguidor de éste canal por las películas del oeste. ¿Cómo iba a olvidarse él de donde estaba ese canal?.

Creo que hoy no tuve demasiado humor para poder escribir situaciones divertidas que me ocurren. Porque me pasan cosas muy bonitas de las que puedo escribir también. Y esas cosas son mi FAMILIA.